martes, 23 de junio de 2020

Nadie está sobre la ley


Columna de opinión

¿Nadie está por sobre la ley?

 Por: Pepe Guriff

Recientemente vi una fotografía en un cartel en twitter (seguramente de alguna marcha) que decía “Lo bueno es que ninguna calle llevara tu nombre Piñera CTM”. Es que este desprestigio y falta de confianza de la ciudadanía con este gobierno y con el presidente de la república en particular se ha acrecentado y por muchas razones.

Desde las movilizaciones del 18 de octubre que el gobierno se ha ido ganando un odio y falta de confianza representado principalmente en la multitudinarias manifestaciones que no fueron entendidas en todo su contexto muy por el contrario se trataron de personificar como “un enemigo muy poderoso e implacable que no respeta a nada ni a nadie”.

Varias encuestas han ratificado el desplome en la credibilidad del Gobierno y los partidos, síntoma más visible de una crisis que muchos asegura haber previsto, pero cuya aparición no imaginaban “tan brutal”. Con todo, la sorpresa sólo reafirma la convicción de buscar en el pasado reciente las primeras huellas del sendero que condujo a la actual crisis institucional.

Otro motivo de las decepción de la ciudadanía con el gobierno es la ahora famosa fotografía que se toma el presidente en la plaza de la dignidad la que genera fuertes críticas por lo demás muy fundadas al considerarse que es una burla teniendo en cuenta que este es un sitio emblemático que simboliza el cansancio y el hastío de los abusos del sistema económico imperante sobre la mayoría de los chilenos.

El pésimo manejo de la pandemia ha sido sin duda uno de los últimos desaciertos del gobierno (con los costos en vidas que eso ha significado). Lo que el Gobierno no ha entendido es que lo que se perdió fue la confianza y credibilidad en el relato desplegado, que trató de instalar una serie de certezas: los mejores, los distintos, los que les daríamos una lección a los otros, incluyendo el pronóstico casi exacto de fechas y contagiados. No hay ninguna posibilidad de que un país se pueda alinear detrás de una estrategia si es que no se reconocen los errores. Y no de manera lateral o “políticamente correcta”, del tipo “pudimos hacer las cosas mejores”, como dijo la vocera, sino que se explicite en que ámbitos se tomó una decisión errada y cómo hoy puede ser corregida.

Finalmente el muy publicitado funeral del tío Bernardino Piñera. Las imágenes difundidas por el cementerio en un canal de YouTube y que luego fueron bajadas, una mujer señala: “Sebastián lo quiere ver”. Mientras, algunos de los asistentes le señalan que “no se puede abrir” el cajón, entre ellos el primo del presidente y exministro del Interior del Gobierno, Andrés Chadwick, que no se mueve de su puesto. Finalmente, pese a las advertencias, la asistente abre la urna –”velo, velo”, se escucha– y el jefe del Estado chileno, con mascarilla, se acerca a observar. Otro de los presentes se queja: “Son porfiados”.

El protocolo dice que solo pueden asistir el núcleo directo del fallecido y máximo 20 personas. Que el distanciamiento debe ser, mínimo, de un metro entre asistentes al funeral y que, para inhumación, siempre debe ser en ataúd sellado. Lo que se observó fueron tres sacerdotes, seis músicos, dos fotógrafos, en total 31 personas. Ciertamente y a todas luces, en este caso las reglas a lo menos se flexibilizaron. Eso es lo que vimos.

Sin duda que el ya famoso segundo piso (grupo de asesores de Piñera) sigue sin entender que en política las cosas no son lo que son, sino lo que parecen.

Maquiavelo (Nicolás Maquiavelo, diplomático, filósofo, político y escritor italiano, considerado padre de la Ciencia Política moderna)   manifestaba que “aquel que llega al principado con la ayuda de los grandes se mantiene con más dificultad que aquel que llega con la ayuda del pueblo”, porque el fin de los grandes es oprimir y el fin del pueblo es no ser oprimido y, por ello, recomienda al príncipe la necesidad “de tener al pueblo como amigo, de lo contrario no tendrá remedio durante la adversidad”.

Sin embargo, dice Maquiavelo, “el gobernante está atado a la moral pública que le exige una forma de comportamiento muy estricta, de la cual no le está permitido salirse. Posiblemente en muchas ocasiones, por ser también hombre, tenga la necesidad de transgredir sus propias leyes: ahí es cuando surge el dilema, y es donde tiene que prevalecer el interés público al privado para no caer en la tentación de anteponer sus prevalencias a las del pueblo”.

Definitivamente la clase gobernante hace prevalecer sus intereses privados y en este gobierno en particular nada se hace de manera voluntaria por mejorar la opinión de los ciudadanos, que como manifestaba el cartel al principio de la nota no dejará huellas positivas que permitan nombrar calles, plazas o instalaciones en su memoria en un futuro cercano.

 


1 comentario:

  1. De acuerdo.
    Además ese loco afán de mentir.
    Parecen no saber que una vez que se pierde la confianza todo se va al carajo !!!

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