Columna de opinión
¿Dónde está Dios?
Por: Pepe Guriff
El sacerdote y teólogo jesuita, Víctor Codina, reflexiona sobre algunas
preguntas recurrentes en los cristianos, sobre todo, en los graves momentos de
amenaza o de dificultad. "¿Por qué Dios permite la pandemia y calla? ¿Es
un castigo? ¿Hay que pedirle milagros? ¿Dónde está Dios?"
Cuando era pequeño mi madre nos llevaba a mí y a mis hermanos a una pequeña
iglesia bautista del pueblo donde participábamos “ingenuamente” en todas las
actividades adaptadas para niños: cultos de adoración, estudios bíblicos, escuelas
dominicales, escuelas de verano y en cuanta actividad se les ocurriera a los
pastores. Así entre juego y juego nos fueron inculcando todas las historias
aparecidas en el antiguo y nuevo testamento como una verdad indiscutible.
Sin duda que la vivencia de infancia me dejó el trauma de un Dios
todopoderoso, que todo lo ve y lo escucha y por sobre todo un Dios castigador
por cuanta acción que haya realizado un milímetro apartada de lo exigido con
vehemencia en las sagradas escrituras.
Sin embargo con esto de la pandemia el silencio de Dios es un quebradero de
cabeza para la teología. Su supuesta indiferencia ante el sufrimiento humano ha
abrumado a teólogos de todas las épocas. La pasividad del que es bondad
absoluta ante la maldad en el mundo lleva al callejón sin salida de la
desesperanza. Es inconcebible que aquel que es amor permanezca impasible ante
tantas atrocidades y padecimientos de los que han sido creados a su imagen y
semejanza.
El hombre y la mujer de a pie con fe, rechaza que su padre (celestial), aquel
de quien se han fiado, su roca y alcázar, no acuda a su auxilio en situaciones
de dolor extremo. En el caso de los hombres y mujeres sin fe la ecuación se
resuelve taxativamente: el silencio de Dios equivale a su inexistencia.
La pandemia del coronavirus y sus crueles resultados, que pensábamos
imposibles en nuestras sociedades desarrolladas, con muertes agónicas y
solitarias, con familias que sufren el suplicio de no poder enterrar a los
suyos, y sus terribles consecuencias socio-económicas, que golpean a muchas
familias llevándolas a situaciones de
necesidad cuando no de pobreza, serían el escenario ideal para declarar la
inexistencia de Dios en virtud de su silencio sepulcral.
El eminente científico Richard Dawkins afirma en su libro “El espejismo de
Dios” el penoso daño que la religión ha infligido a la sociedad, desde las
cruzadas hasta la actualidad. Tratando de culpar a este Dios (o Dioses de la antigüedad)
por lo bueno o lo malo que a cada cual le suceda.
Las iglesias tampoco han hecho nada por visualizar la cercanía de Dios para
con sus feligreses. Prácticamente desaparecieron del mapa como si fuera una
empresa en quiebra. No los entrevistan en matinales, ni en programas de radio
tampoco en misas o conferencias por ZOOM, es curioso teniendo presente que según
las últimas encuestas, un altísimo porcentaje, de la población, el 94%, es
creyente en Chile. La religión mayoritaria es el Cristianismo. El 91,28% de su
población lo profesa. En los últimos años el porcentaje de creyentes ha
crecido, ha pasado del 91,7% al 94%.
Así, pues, apostemos por una renovada esperanza atea. “No hay ningún bien
que esperar ni ningún mal que temer después de la muerte; aprovechad, pues,
sabiamente el tiempo, (…), pues ahí está la mejor decisión que podéis tomar”
(Jean Meslier, 1664-1729, cura ateo). Y feliz semana atea, feliz año ateo,
feliz vida atea.
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