Las aventuras de Rayito y sus
amigos
Autor: Pepe Guriff
Siempre que veo algún gato callejero me acuerdo de Rayito, era el gato de
una vecina que nos visitaba de vez en cuando sobre todo cuando quedaba sólo ya
que la vecina al parecer viajaba mucho. Y como era un minino independiente,
como casi todos los gatos, podía sobrevivir sólo todo ese tiempo de abandono,
alimentándose en cualquier lugar y de cualquier cosa, hasta los zorzales de la
plaza eran un buen menú.
Rayito no tenía muchos amigos porque entre los
gatos parece que no existe mucha amistad, incluso he sabido de gatos de la
misma familia que pelean sin causa aparente. Pienso que debe ser porque quieren
dominar su territorio. Nada muy distinto de las costumbres humanas.
Un día Rayito estaba descansando en la escala de la
casa justo en el lugar donde llegaba el tibio sol de abril cuando de pronto se
apareció la Betsi, una de las perras de la familia que al parecer odia a los
gatos, y comenzó a ladrarle. Rayito no se inmuto mucho solo se paró subió unos
escalones donde la perra no alcanzaba y continuó con sus profundas reflexiones
gatunas. Como la Betsi no sabe subir escalas tuvo que contentarse con ladrarle
desde abajo hasta que se cansó.
A Rayito le caía bien la Betsi incluso le tenía un
poco de lastima a la pobre, después que supo que una noche se había perdido.
Esa copucha se la había contado un gato negro de cola pelada que como andaba
callejeando siempre se enteraba de todos los cahuines.
Le había contado que la Betsi salió a pasear una
noche como siempre cerca de la casa ya que no le gustaba alejarse mucho y se
puso a ladrarle a unas personas que transitaban a esa hora cerca del lugar y de
tanto ladrarles y perseguirlos no logró encontrar el camino a casa. No conocía
el barrio y terminó corriendo por otros pasajes desconocidos. La pobre Betsi
desconcertada y asustada finalmente se acercó
a una casa que parecía conocida pero salío un perro grande que le ladró
fuerte y le dijo que ese no era su lugar y que se marchara de ahí porque si no podría
salir muy lastimada.
Finalmente, contaba el copuchento gato negro de
cola pelada, que la Betsi tuvo que dormir entre unos matorrales cercanos a la
espera que aclarase para así orientarse mejor y en una de esas encontrar su
casa. Se supo que al día siguiente olfateando por aquí y por allá y más tranquila pudo ubicar su casa y
regresar.
A Rayito le entretenían las historias del gato
negro de cola pelada y siempre le preguntaba si tenía más cuentos que relatar.
Un día el gato
negro de cola pelada le contó que conoció a un gato amigo que se llamaba
Moñoto. Era un gato que llegó a la casa de la Betsi hace muchos años, cuando ella
aún no había nacido, dentro de un saco que alguien tiro al patio junto a varios
hermanos gatos: Filipito, Mornota, Rocky y Peludin.
Él se había separado de sus hermanos porque todos
ellos habían sido regalados a otras familias. Pero Moñoto se había quedado como
mascota regalona. Cuentan que este gato se hizo muy amigo de la Matilde una
perra pariente lejana de la Betsi. Ellos jugaban, comían y tomaban sol juntos
sin ningún problema. Eran tiempos en que no habías peleas de perros y gatos.
Contaba el gato negro de cola pelada que Moñoto
había sido un buen amigo pero después había desaparecido y que juntos salía a
cazar pájaros a la plaza y lauchas a la casa de la vieja Diógena, la llamaban así
porque acumulaba muchos cachureos y nunca limpiaba, así que era un lugar ideal
para encontrar lauchas de todos los colores y sabores.
Un día contaba el gato negro de cola pelada que con
el Moñoto habían descubierto un nido de lauchas, eran como diez y como tenían
mucha hambre porque hacía días que no comían, idearon la forma de cazarlas a
todas sin asustarlas. Como las lauchas estaban muy escondidas en medio de los
cachureos empezaron a tapar todas las posibles salidas, muy despacio y en
silencio usaron ollas, botellas, pantuflas, cascaras de sandía, hasta un libro
les sirvió. La idea era dejar una sola salida por un tubo de plástico que había
entremedio y uno de los gatos esperaría a la salida mientras el otro asustaba a
las lauchas.
Lentamente y para no espantarlas Moñoto se acercó
al nido de las lauchas y de un salto cayó sobre ellas haciendo que las pobres
huyeran despavoridas por el tubo, mientras al otro lado estaba el gato negro de
cola pelada esperando con el hocico abierto. El gato negro de cola pelada
espero, espero y esperó pero algo ocurrió porque ninguna laucha apareció al
otro lado y le gritó a Moñoto que revisara a su lado por si las lauchas se
habían devuelto, pero nada.
Las lauchas habían desaparecido como por arte de
magia. Empezaron a escavar a lo largo del tubo para revisar que había pasado y grande
fue la sorpresa al percatarse que al medio había un orificio en el tubo por
donde se escapó todo el almuerzo de ese día.
Resignados tuvieron que conformarse con langüetear
unos envases con restos de hamburguesa que encontraron y dejaron para otro día
la caza de las sabrosas lauchas.
Fin
Realmente me gustan tus cuentos de gatos. No sé si es porque son muy entretenidos y están bien contados o si es porque amo los gatos.
ResponderEliminarEsperando más aventuras.